La creencia inicial en la inmortalidad de dioses y faraones, posteriormente extendida al resto de los egipcios, significó que se practicara el embalsamamiento y la momificación, para poder preservar la integridad del individuo en la vida futura, según los textos de la mitología egipcia.
El proceso de embalsamamiento
El embalsamamiento egipcio alcanzó su máximo desarrollo alrededor de la cuarta dinastía. Casi todas las vísceras eran retiradas, excepto los riñones y el corazón, y la cavidad corporal se trataba con natrón; después, el cuerpo se recubría completamente con natrón pulverizado.
La persona encargada de efectuar el corte inicial del cuerpo con un cuchillo de piedra, a un lado del abdomen, era elegida en la ceremonia y posteriormente sometido a un ritual de persecución y lapidación, ya que constituía una ofensa dañar el cuerpo del faraón, incluso después de su muerte física.
Después de extraerlo del natrón, el cuerpo era recubierto, tanto por dentro como por fuera, con resina para preservarlo, se envolvía con vendajes de lino, engarzando escarabeos, amuletos y otros talismanes religiosos. En el caso de la realeza, eran colocados dentro de una serie de ataúdes jerarquizados, siendo el exterior un sarcófago de piedra, normalmente. Los intestinos, pulmones, hígado y estómago eran preservados por separado y almacenados en los vasos canopos,
Las palabras justas
El Libro de los Muertos era una serie de 190 fórmulas mágicas, adaptadas a las circunstancias particulares de cada individuo, las cuales eran depositadas junto al difunto, o grabadas en los muros de la tumba para facilitar su viaje por la Duat; también contenía las palabras adecuadas a utilizar en su juicio: las palabras justas.